Señores y Señoras,
antes que nada, he de confesarme. Soy carlista. Sí, de esos de la boina roja y
el Dios Patria Fueros y Rey. ¿Qué le voy a hacer? Y, lo más preocupante es que
lo soy por convicción propia. No tengo antepasados que lucharon en las guerras
carlistas ni en los Tercios de Requetés. Nadie me ha educado así desde que nací
(aunque me habrían ahorrado muchos años de búsqueda, la verdad). Soy carlista
porque quiero, porque creo, porque he estudiado, porque he leído y porque me he
formado. Y así he acabado, boina calada, y “p´alante”.
Y, la verdad, es que he
tenido que oír la frase “Los carlistas estáis más caducados que un yogur del
mes pasado” en más de una ocasión al descubrir ante familia, amigos, conocidos,
e incluso desconocidos, mi condición de carlista. Lo curioso es que esto me lo
dice gente que tienen una visión de la sociedad que está aún más caducada que
la nuestra, cuyas raíces se alejan hasta el S. XVIII, cuando aquello de la
Ilustración, que dio origen a la Revolución Francesa y las posteriores
revoluciones liberales. Pero, además de caducada, esta visión ha demostrado
durante los últimos 300 años que no ha aportado ninguna solución válida para la
sociedad ni política ni social ni económica.
“Vive
la Liberté” (y el que no piense como yo, ya sabe lo que hay y que se vaya
preparando).
Los carlistas somos
contrarrevolucionarios, sí. Pero eso no quiere decir que estemos anclados
emocionalmente a la Edad Media, que es lo que la gente piensa. Que yo sepa,
todos los carlistas (o, al menos, los que queremos) tenemos electricidad en
nuestra casa, televisión, coche, …. E incluso internet. Somos el ¡No va más!
Permítaseme esta breve nota irónica para reírme a gusto de los que piensan que
los carlistas queremos volver a la “antigüedad”, con nuestros señores feudales,
el juramento de vasallaje, ir en carro de caballos, la vuelta de la
Inquisición, o a la época del Absolutismo, algo más cercana cronológicamente,
pero tan antitradicional como el propio sistema liberal.
En este momento, culmen
de los derechos y libertades individuales, ante nosotros tenemos un sistema
tiránico basado en una especie de bálsamo engañabobos llamado la “Soberanía
Nacional”. Nos hemos criado pensando que todos mandamos y somos libres de vivir
conforme a lo que queremos. Resumiendo: “Somos libres y por lo tanto, somos
felices”. Meeeeeec. Craso error. Ni somos libres ni, además, veo yo que seamos
muy felices.
No somos libres porque
sólo podemos opinar cada cuatro años sobre nuestra gobernanza, y además, sólo
podemos opinar votando a unos partidos herméticos, plagados de políticos
profesionales, cuyas élites mienten descaradamente a diario, que viven de la
sociedad, pero de espaldas a ella. No podemos ser representados por nuestras
asociaciones de vecinos, ni por nuestros colegios profesionales o asociaciones
empresariales o sindicales. No se nos tiene en cuenta en las decisiones que se
adoptan en el día a día de nuestros municipios, ni en nuestros territorios, ni
en nuestra patria, Las Españas.
Y tampoco somos felices
porque el sistema económico que se ha creado nos ha llevado por un doble camino
pernicioso. El camino del individualismo y el camino del consumismo. Si hacemos
examen de conciencia, vivimos en la sociedad del “Yo, mi, me, conmigo”, en el
que se ha perdido el sentimiento de pertenecer a una sociedad. Y en esa
sociedad, de la que no me siento parte, nunca me voy a conformar con mi coche,
con mi casa, con mi salario, y siempre quiero más, algo mejor, algo nuevo.
Siempre necesito consumir más y más. Ese es el juego del capitalismo. Y frente
a ese juego, nosotros proponemos el Sociedalismo.
Si eso es ser
“moderno”, “ser guay”, y “estar en la onda”. Pues la verdad, mejor que el
carlismo no esté en la onda. Yo tampoco lo estoy. Para ser infeliz, prefiero,
al menos, mantener mis valores y, como se dice: “Virgencita, Virgencita, que me
quede como estoy”. Pero es que yo no quiero ser infeliz, ni resignarme a que
otros me impongan su “modus vivendi”. Yo quiero una sociedad en que todos
participemos, de lo bueno y de lo malo, del resto de vecinos. Que todos nos
ayudemos, que nuestra sociedad no sea una carrera para “tener más”, “ganar más”
y “ser más” que nuestros vecinos, sino una carrera por lograr que todos los
vecinos tengamos unas condiciones dignas para vivir y juntos decidamos por el
bien común de la sociedad.
Y quiero una sociedad
con valores claramente establecidos, que supongan unos límites a los
gobernantes. Una sociedad en que el asesinato sea un delito, diga lo que diga
la mayoría (no como en la actualidad); en que la familia (papá – mamá – hijos) sea
el pilar básico; en que el respeto al individualismo no esté por encima del
respeto a la propia sociedad, una sociedad solidaria, caritativa con los más
necesitados. Una sociedad representativa. Una sociedad construida desde la base
hasta su cúspide, no a la inversa. En resumen, una sociedad tradicional.
Algunos se extrañan de que
me sienta tradicional. Lo ven como algo viejo. Pero luego participan de la
Semana Santa, o de las fiestas de su localidad, embutidos en trajes
tradicionales, y cocinan platos (que ahora se llaman típicos) tradicionales, o
están en ONG´s, que existen desde hace siglos, y siempre han sido las
asociaciones caritativas. Eso no es malo, no está mal visto. ¿Pero pretender
que nos gobernemos al modo tradicional si? Cuando les hago estos
planteamientos, les hago ver su incongruencia y que, ni todo lo tradicional es
viejo, ni mucho menos malo; ni todo lo moderno es nuevo, ni muchas cosas,
buenas.
¿Es
mala la tortilla de patatas por ser un plato tradicional?.
Llegados a este
momento, volviendo a la pregunta inicial, cuando veo lo que significa ser
carlista, me doy cuenta que no sólo no estamos fuera de onda, sino que estamos
volviendo a coger la nueva onda. La onda que nos conducirá a un futuro mejor,
más solidario. Estamos en disposición de encabezar la nueva onda. La onda de la
gente que se ha cansado que la engañen, que la roben, que la utilicen, de no
sentirse representada por las instituciones.
Gracias a Dios, en esta
nueva onda cada vez estamos más. Muchos de los que, por avatares personales,
dejaron de trabajar por la causa, están volviendo. Pero lo más importante es
que está llegando, como yo mismo, mucha gente nueva, que nunca había tenido
contacto con el carlismo, pero se está dando cuenta que el único futuro viable
pasa por aquí. Mucha gente joven. Una gran nueva onda está llegando a España, y
el carlismo vuelve, por fin, a presentarse como la única opción de futuro.
Soy carlista y estoy en
la onda.
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